Dos rastafaris entre toneladas de poliuretano por Javier Montes de Oca

Relato-Rastas-Fallas-Valencia

Ambos músicos africanos rastafaris, se encontraban por primera vez en la ciudad de Valencia para un concierto de reggae en el marco de las espectaculares fiestas levantinas, que se celebran año tras año, en el tercer mes.

La artista plástica francesa especializada en videos y en todo lo audiovisual, Pauline Bastard se dedica a recoger con una bolsa todos los objetos particulares que consigue por la calle. Suele pillar entre 6 y 10 objetos que le den mucha rabia. Luego, como la redacción no es su fuerte, confiesa, coloca un anuncio buscando un redactor que le arme un relato de ficción, utilizando sí o sí, los objetos que Pauline ha recogido en su camino. De esta manera, fue como la conocí y cómo enviándome una foto con todos los objetos juntos que ella había decidido sacar de las calles, me pidió que le armara un relato interesante. Me ha dicho, que a continuación efectuará algún tipo de performance con él, en alguna de sus dos galerías, ubicadas en Zurich y Paris. Primero que nada, quiero dejarles la URL de su página web: http://www.paulinebastard.com/ …luego, miren qué fue lo que me salió con sus objetos:

– ¡Hey rasta, mira que grande está esa! – dijo Gebre, meneando sus gruesos dreadlocks al viento. ¡Debe de medir por lo menos siete metros de alto! – mientras señalaba con sus nudosos dedos la enorme Falla valenciana que mostraba unos ninots más eróticos que de costumbre.

– Yes I, rasta, ésta sí que es la más alta que hayamos visto – respondió Gerum, más delgado que su coterráneo etíope.

Ambos músicos africanos rastafaris, se encontraban por primera vez en la ciudad de Valencia para un concierto de reggae en el marco de las espectaculares fiestas levantinas, que se celebran año tras año, en el tercer mes.

Gebre iba vestido con un traje de algodón de manga larga y pantalón de pana ancho, con los colores de la bandera de su país y una cinta tejida que enmarcaba las trenzas gruesas como raíces de un árbol tropical. Era fornido y había aprendido a tocar todo tipo de percusión desde muy pequeño en su rudimentario pueblo. Reuniendo todo el dinero que tenía y con ayuda de su familia, había logrado embarcarse para Londres, donde consiguió que un viejo jamaiquino le diera clases formales de percusión caribeña. Unos años después, había conocido en un restaurant keniata a Gerum, más joven que él y que tocaba el bajo como un salvaje. Habían empezado a ensayar y el dueto rítmico se les daba muy bien. Finalmente, acudieron en el barrio de Brixton al concierto de “The Mystics” y enamorándose del sonido típicamente roots de la agrupación, decidieron probar suerte acudiendo a sus ensayos. “The Mystics” no tardarían mucho en enrolar nuevo bajista y nuevo percusionista.

Como la presentación sería esa misma noche, tenían todo el día para recorrer la mayor cantidad de esas enormes esculturas de poliestireno expandido, poliuretano y cartón piedra que los Casals Fallers “plantan” en cada calle de la ciudad durante unos 5 días aproximadamente y que son verdaderas representaciones artísticas y satíricas del quehacer diario y político del valenciano y del español en general.

Con la primavera recién entrando, el clima festivo de la ciudad desbordaba pletórico y radiante, por lo que el bajista y el percusionista de “The Mystics” estaban alegres mientras fumaban su hierba sagrada. Mientras Gebre intentaba ligar con las chicas valencianas y con las turistas utilizando su típica pose de conquista, Gerum, en pantalones cortos y sandalias de cuero, creyente rastafariano, divisó a los pies de una de las Fallas en el carrer de Na Jordana, un papelito con la imagen de una gota de agua cayendo en un charquillo, la cual recogió del suelo y mirándola fijamente se dio cuenta que no era más que un ticket para una sangría en el bar de “La Claca”, que aprovechaba el “boom fallero” para promocionar sus estupendos y refrescantes cócteles. Cómo ya estaba empezando a hacer una pizca de calor, lo guardó en una mochila tricolor que llevaba a la espalda para pasar por allí más tarde.

Después de tanto caminar, les atacó el hambre vorazmente y decidieron entrar a un pequeño restaurant, que sin embargo, estaba repleto de viajeros y de falleros con sus trajes típicos. Gerum y Gebre, se pidieron unos arroces a la marinera que les parecieron tan estupendos que hasta dudaron de si no sería mejor quedarse a vivir en Valencia. De hecho, de lo delicioso que estaba, a Gebre que nunca ha sabido medir sus fuerzas (por algo es el percusionista del grupo) se le desprendió el mango de la olla en la que le habían servido el arroz.

–       ¡Oye rasta, mira lo que has hecho! – le espetó Gerum en su lengua amárica tradicional – ¡Te has cargado la olla!¡Espero que no quieran venir a cobrárnosla!

Con una risa nerviosa mostrando un diente de platino, el africano se avergonzó y la escondió tras la pata de la mesa. Después de pagar la cuenta y de dar gracias a Jah porque la camarera no se percató del estado en el que quedó la olla, los chicos salieron y mientras liaban un cigarro con su cogollo favorito, Gerum tropezó con una planta artificial, arrancándole sin querer una de sus hojas que cayó como un plátano maduro al suelo. Para disimular el incidente, el chico la pateó suavemente detrás de la maceta, escondiéndola de las miradas indiscretas.

Apurando el paso, porque ya eran más de las 3 de la tarde y les faltaban muchas Fallas por ver, llegaron a la de Convento de Jerusalén y mientras se ajustaban sus oscuras gafas de sol, Gebre recibió un extraño impacto en su cabeza. Dándose media vuelta y masajeándose el adolorido cuero cabelludo se percató de que el proyectil había sido nada más y nada menos que un pincel de maquillaje que probablemente alguna niña malcriada le había arrojado con picaresca voluntad. Analizándolo bien, se percató de que el pincel era bastante antiguo, una reliquia sacada de un cofre de la abuela. Era de nácar (por eso el golpe seco) y las cerdas eran bastante rústicas. Además, ponía en pequeñísimas letras doradas “Hecho a mano en la Comunidad Valenciana), por lo que decidió guardarlo para su amada novia, Abeba.   – Qué bueno, ya tengo el regalo solucionado – pensó en voz alta Gebre. Por ende, procedió a guardarlo en su mochila con el parche de Haile Selassie I.

Sin darle mayor importancia de buscar a la presunta responsable del atentado, ya que al fin y al cabo, durante Las Fallas siempre se corre el riesgo de ser alcanzado por algún resto de Masclet que haya caído del cielo después de haber sido detonado, ambos chicos admiraron la delicadeza y la sutileza con la cual estos verdaderos artistas habían construido esta Falla en justificada crítica al gobierno del Partido Popular que preside Mariano Rajoy y a sus numerosos escándalos de corrupción en la Comunitat Valenciana.

Al cabo de un rato de relax, en el que los chicos se sentaron en un banquillo para estudiar el mapa de València y así observar, dónde se encontraban plantadas las Fallas que les faltaban por ver, les pasó por enfrente una adolescente de unos 14 años aproximadamente, completamente desconsolada y llorando. La chica tenía el traje típico de fallera con sus grandes moños circulares a los lados y a pesar de que se veía muy bien, estaba haciendo un espectáculo deplorable. Cuando una señora mayor se acercó a preguntarle qué le había pasado, resultó que no había podido maquillarse y por lo tanto la habían dejado por fuera del desfile para ofrendarle las flores a la Virgen de los Desamparados.

La señora que no tenía consigo un pincel de maquillaje, fue a preguntarle a todos los que estaban presentes en el lugar y al traducirle al francés a los rastas que era lo que acontecía, Gebre recordó que en su mochila había guardado el proyectil que había impactado su cabeza minutos antes. La señora, impresionada, le dio las gracias al chico de los dreadlocks y fue a arreglar a la adolescente valenciana que ya había recuperado un poco su semblante. Al rato, los músicos se levantaron y siguieron su camino, olvidando aquel fortuito pincel en las expertas manos de la anciana. Abeba tendría que conformarse con algún otro regalo.

Al deleitarse bebiendo una horchata de chufa, mientras intentaban dilucidar como incluir el maravilloso sonido de la dolçaina, esa pequeña flauta folklórica que acompaña a muchas de las tradiciones en el Mediterráneo español a su banda de reggae, un chiquillo rubio y muy blanco de unos 6 años de edad se le acercó voluntariosamente a Gerum. Admirando su cabellera enrevesada y quizás deleitado por su tricromía al vestir, le obsequió con un pequeño tornillo que quizás hubiera extraído de uno de sus juguetes. El fornido chico africano, oscuro como el ébano, le dio las gracias en francés al chicuelo y le acarició el cabello, todo bajo la hermosa sonrisa de su madre y depositó el regalo en su mochila.

Sin embargo, mientras ejecutaba esta acción, la pierna de uno de los ninots que representaba a la nunca bien ponderada Belén Esteban, se desprendió y cayó al suelo. Uno de los técnicos responsables de esta Falla, corrió con toda su fuerza, para que no pasara a mayores este incidente con la estructura del monumento. Gebre y Gerum que estaban allí mismo, corrieron igualmente a socorrer al pobre y delgaducho técnico.

–       ¡Es que me he dado cuenta que le falta un tornillo!¡Se le acaba de caer! – dijo en castellano lo más lento que pudo el chico a los africanos.

Por suerte, estaba en el sitio un turista belga que hablaba castellano y les pudo traducir lo que el técnico les decía a la lengua de Voltaire. De esta manera, fue como Gerum comprendió como un flash todo lo que había sucedido y logró dibujarle al pequeño niño en su mente unos cuernitos de diablo. A continuación, y sosteniendo entre los tres la Falla, el etíope abrió su mochila y le devolvió al técnico el tornillo faltante, jurándole que no había sido el culpable.

Solventado el incidente, pasaron a la siguiente Falla, aunque ya más pendientes de la hora, puesto que debían de regresar pronto al hotel para prepararse para el concierto, en los alrededores del céntrico Carrer de Sueca, y justo cuando quedaba extasiado con la belleza de una de las chicas presentes, Gebre reparó en un disfraz que tenía una chica, que estaba compuesto todo por una especie de ovillos negros de cuero envueltos como si fueran un croissant. Pensó que no estaban ni en carnavales ni en Halloween, que no había motivo alguno por el cual disfrazarse.

Sin embargo, había algo en ese disfraz que lo atraía y no lograba recordar qué sería. Enfocando aún más su mirada en la chica que no dejaba de contornearse con su extraño atuendo, Gebre logró asociarlo con un traje típico de algunas celebraciones de su etnia materna, los Nyangatom de Etiopía, el cual originariamente está fabricado con lana de carnero negro de la región. Al acercársele decididamente a la chica, resultó que era una irlandesa aún trasnochada por el día de Saint Patrick celebrado la víspera y que ese traje lo había realizado para su examen final de Diseño de Moda.

Gebre con un tanto de nostalgia de su tierra, eso que los portugueses llaman saudade, le explicó a la chica de Dublin, porqué su traje le resultaba tan querido, y ella, que aún seguía un poco embriagada, con lágrimas en los ojos se lo cedió, a lo que el africano dándole un gran abrazo y un caluroso beso, se lo colocó, quedándole eso sí, un tanto ceñido a su macizo cuerpo. Cuando Gerum, más europeizado por haber llegado a Londres desde chico, observó que su compañero de grupo se había convertido en un carnero negro rasta, no pudo menos que desternillarse de risa y hasta derramó la cerveza que había recién comprado. La dublinesa, por su parte, bajó a pasar la resaca bajo un naranjal en el Parque del Túria.

La Falla de Sueca, este año, representaba un gigantesco avión, que estaba abordado precisamente por todos los políticos envueltos en escándalos de corrupción, así como por otros artistas de televisión y de la farándula rosa.

– Mira Gebre, a esta gente corrupta de Babylon, los valencianos le dieron Fyah Burnin’- recalcó riendo el esbelto Gerum. A lo que su compatriota asintió, encendiendo un joint de su hierba tradicional. Casual o intencionadamente, había un chico en un piso justo encima de la Falla, arrojando innumerables aviones de papel al público. Algunos, rebotaban sobre el monumento de poliuretano y luego iban a caer a los pies de los asistentes dibujando una espiral imposible. A Gebre le cayó uno sobre sus llamativos calzados y lo recogió, casi sin mirarlo, metiéndolo a la mochila. – Otro recuerdo más, rasta – expresó con languidez.

Hacia las seis de la tarde, extenuados ya, decidieron ir al hotel para prepararse para su presentación. Pero en el camino al hotel vieron a unos artistas plásticos en la calle que estaban realizando una especie de imitación popular de una Falla, con material reciclable. Los chicos tenían puesto un reproductor con música reggae por lo que evidentemente los africanos se acercaron a invitarlos a la presentación de la noche. Su sorpresa fue grande al percatarse de que justamente este monumento era alusivo a una banda de reggae, por lo que los chicos no vieron impedimento en quedarse un rato dándoles una mano a los artistas. Pero entre que Gerum intentaba ligar con varias de las mujeres del colectivo de artistas y que cervezas iban y porros venían, se les pasó la hora y por poco pierden el concierto. De hecho, perdieron la prueba de sonido y tan sólo llegaron un par de minutos antes del comienzo del toque. Por supuesto, el resto de la banda los sermoneó con vehemencia. Gebre y Gerum, no tuvieron más que escuchar con humildad y estoicismo el regaño y pedir perdón numerosamente, mientras saboreaban una bebida a base de taurina y cafeína, para recuperar el aliento.

Ya por la noche y en el repleto club de reggae y música caribeña de la ciudad levantina llamado “Juanita”, amenizado por el vaivén de la cerveza y del kalimotxo, los chicos del “The Mystics” se subieron a la tarima para tocar su easy skanking, sin embargo, debido a todas las sustancias que había consumido en el día, Gebre trastabilló con el cordón de su zapato negro, y fue a dar al suelo tumbando varios instrumentos y micrófonos. Siendo ayudado por los técnicos de sonido del escenario, fue levantado del suelo y verificando que no se hubiera hecho ningún daño, corrió directo a sus djembés y a sus bongos, para ir calentando al público. El resto de la banda, conformada por brillantes músicos senegaleses, marfileños y cameruneses se incorporaron y desataron la furia con sus relajantes vibraciones místicas y pronto llenaron el local hasta abarrotar.

A partir de esa particular jornada, “The Mystics” jamás dejó de asistir año tras año a Las Fallas valencianas y se convirtió en parada obligatoria de esta joven agrupación africana de reggae. Gebre y Gerum, por su parte, debido al éxito y al recuerdo conservaron en una cajita verde, amarilla y roja, varios de los raros objetos que habían recopilado en ese extraño viaje, para posteriormente regalárselos a una agraciada chica francesa que conocerían en un concierto en Rennes, años más tarde.

Javier Montes de Oca Rodríguez