Conversaciones con un Minotauro por Javier Montes de Oca

El Minotauro recibió al periodista francés Philippe Masson en su laberinto fétido.

Realizarle una entrevista al Minotauro de Creta no es algo que pase todos los días.

─ Hace tanto tiempo que espero al desgraciado ese –pensó y se retorció en su silla. Tantos años y no vuelve. La última vez me pegó una paliza tal que pensé que no sobreviviría.
─ Pero, él también lo pensó y se equivocó- había proseguido. ─ Me dejó con vida y aquí me tienen tomándome una taza de té en la cocina de mi prisión. De mi laberinto, mejor dicho.
El Minotauro levantó su pesado cuerpo. Ya estaba algo viejo, pero su corpulencia y voracidad aún se hacían notar. Su pelaje terracota había blanquecido por el paso del tiempo y su puntiaguda cornamenta había empezado a romarse, a pesar de sus repetidos esfuerzos para afilarla y pulirla.
─ ¡Qué asco de vida! Al principio todo eran maravillas, me arrojaban princesas y doncellas a cada rato, pero la última, una gorda patricia romana me la habrán echado dentro a lo menos hace mil seiscientos años –posó su estremecedora mirada en mí y sentí verdadero miedo.
El Minotauro debió haber olfateado el pánico que me recorrió toda la espina dorsal y me erizó los cabellos. De pronto, preferí estar cubriendo la hambruna en Somalia, el golpe de estado en Mali o la carnicería en Siria. Pero yo, ¡claro, siempre el más bocón! Me ofrecí para venir a las Islas Griegas. Pensé que después de la entrevista tendría tiempo para visitar Mykonos o Santorini. Tragué grueso, me ajusté las gafas y me acicalé el mostacho.
─ Luego, con el paso de los siglos, me echaba al buche una que otra campesina pueblerina que caía en la cueva huyendo del exterior. ¡Ahh, la Edad Media! Esa sí que fue una buena época. Te lo digo…eh, eh…¿cómo me dijiste que te llamabas?
─ Philippe –y se me fue la voz. Volví a recuperarme del susto y le repetí enfáticamente ─ Philippe.
─ Vale Philippos. Te estaba contando que las chicas que llegaban errantes a mi laberinto por aquellos años, eran muy lujuriosas. Primero querían fornicar durante días enteros y luego, cuando el hambre ya me dominaba, me las engullía. Aunque es cierto que no tenían tanta carne como las patricias romanas. ¡Esas sí que estaban gordas! ¿Otra taza de té?
El té del Minotauro estaba francamente apestoso, pero después de haber probado la comida británica ya estaba curado en salud frente a cualquier cosa. Accedí. El Minotauro tardó unos segundos en responder, cogió una cucharilla de la mesa y viéndose en ella se pulió el enorme aro de bronce que le surcaba las fosas nasales. Se levantó nuevamente de la mesa. Su cornamenta, inequívocamente ya no es lo que era hace unos siglos, pero estoy seguro que ni el más osado de los toreros españoles ni latinoamericanos se atrevería ni siquiera a guiñarle un ojo a este portento mitológico que dicen que habita esta caverna en el centro de la isla de Creta desde al menos unos dos mil quinientos años. Mediría, por lo menos dos metros treinta y su corpulencia era como la de dos toros Miura uno al lado del otro. Sus pupilas envejecidas se fijaban en mí con cada pregunta que le hacía y francamente ignoraba como saldría de esta.
─ Entonces Philippos, ¿éste es un reportaje para quién? –y a continuación estornudó con fuerza haciendo vibrar las paredes del intrincado laberinto.
─ Para la RFI francesa.
─ Vale, pero como venga luego una horda de turistas enloquecidos a querer entrar en mi guarida, gracias a este reportajillo tuyo, levanto el teléfono y llamo a mi primo galo para que vaya a hacerte una pequeña visita, ¿entendido?
Esta entrevista con el Minotauro de Creta era lo más fabuloso que saldría este año por la radio francesa, así que la gerencia se había gastado un dineral en convencer y en contratar a un experto académico de La Sorbonne en Lenguas Muertas, P.H.D. en Griego antiguo para que fungiera de traductor con este engendro mitad hombre, mitad toro. Lo cierto es que a veces, el académico dudaba antes de traducir. Me supuse que el Minotauro habría recibido influencia de las lenguas y los acentos foráneos de las mujeres que se fornicaba y luego ingería, durante siglos. Por esa razón, intuyo, el traductor estaría algo perdido.
Tragué grueso y acomodé la grabadora que se había movido con uno de los golpes del Minotauro.
─ Después siguieron pasando los siglos –retomó su relato.- Ya me conocía de cabo a rabo este asqueroso laberinto y empezaba a hartarme de él. Del moho de sus piedras, de la suciedad. Eventualmente, en el Renacimiento, obligaba a una doncella a limpiármelo todo dándole la esperanza de que así la liberaría. Pero nada, después de que todo estuviera limpiecito, la hacía ver las estrellas con mi calibre, ¿usted entiende, Philippos? Y nada, luego me la engullía.
─ Ya veo, ya veo. ¿Y no llegó nunca a enamorarse de ninguna de ellas y pedirle que salieran de esta guarida juntos? –le pregunté viéndolo directamente a sus tenebrosas fosas nasales.
─ ¿Estás completamente loco? Alguna vez una de esas gordas me dijo que se estaba enamorando de mí, pero yo creo que era más bien por el calibre, ¿sabes? Bahh, enseguida me la comí –saboreó su té y se quedó observando impávido a mi traductor.
─ ¿Y no te tienta la idea de salir de aquí? ¿Qué te detiene? –interrumpí la sórdida mirada que el Minotauro le estaba dando al bueno del traductor.
─ ¡Qué iluso eres, Philippos! ¿Crees que un monstruo mitológico como yo sobreviviría más de un día en su caótica civilización moderna de armas de fuego y bombas nucleares? Aquí me cae cada cierto tiempo una chica perdida y tengo para entretenerme algunas décadas antes de comérmela. Eso si no se pone muy insoportable primero, claro. Además, con los siglos he aprendido a mantener la grasa corporal más tiempo, por lo que ya no tengo que comer tanto como en mi juventud – respondió socarronamente el inmenso toro humanizado.
El aire espeso, cargado, embotado, ya empezaba a molestar evidentemente a mi equipo de la RFI, que además, no gana lo suficiente como para esta clase de sustos cretenses. Por lo que decidí jugarme la última carta, y preguntarle lo siguiente al Minotauro:
─ ¿Cuál es tu mayor frustración en la vida, Minotauro?
Se hizo el silencio sepulcral en el laberinto. Creí haber obtenido el efecto deseado, aunque ahora reconozco que se trató de una imprudencia del tamaño de Grecia entera. Luego de unos breves segundos, nos peinó el bramido caliente de la bestia.
─ ¡Teseoooooooo!! ¡Tráiganme el cadáver de ese mal nacido que lo voy a triturar y voy a decorar las paredes de mi baño con el tuétano de sus huesos! Tenían que haberlo visto, al cobarducho ese, engendro ateniense, cómo me engañó y me atacó por la retaguardia. Era tan afeminado, que creí que era una mujerzuela, me engañó y me dio una paliza de la cual tardé varios siglos en recuperarme –masculló furioso y le dio un golpetazo tal a la mesa, que volcó todas las tacitas de té, mientras agitaba sin control su cola y los ojos se le iban llenando de furia.
Acto seguido se cargó la mesa y arremetió contra parte del mobiliario de su rocosa casa como si el torero le hubiera clavado en ese preciso instante todas las banderillas. Me puse de pie súbitamente y de un brinco recuperé la grabadora. El resto de mi equipo se escudó tras una columna marmórea al estilo jónico.
─ ¡Philippos, hazme ahora mismo una promesa! –y se acercó a mí goteando saliva y pisando fuerte con sus fornidas pezuñas.
─ Lo que quieras Minotauro –me sentí como cuando debí interceder frente a un general bosnio en la Guerra de Los Balcanes para que no se cargara a una indefensa viejecilla serbia.
─ Así te tardes una vida, búscame los huesos de Teseo y tráemelos. ¡Es lo que necesito para poder descansar de una vez en paz! Acabar mi longeva venganza contra el estiércol ateniense ese, que me propinó la más voraz de las palizas. Philippos, tráemelo, no importa cuando –suavizando su estentórea voz, hasta casi suplicar.

Y le hice la promesa a un toro gigante. Le dije que sí se lo llevaría. Y hoy por la primera de Radio France International quiero comprometerme, al igual que como lo hice con el Minotauro, con todos mis escuchas a lo largo y ancho del territorio francés, en Bélgica, Suiza, África y a todo aquel que me sigue por nuestro site de Internet, que haré todas las diligencias posibles con el gobierno heleno para hallar la tumba de Teseo en la Acrópolis y hacer realidad el sueño del Minotauro de Creta. Como que me llamo Philippe Masson. Mesdames et messieurs, han escuchado “Conversaciones con el Minotauro” en “Al otro rincón del mundo” en vivo cada lunes a las ocho de la noche por la primera de Radio France International. Mi nombre es Philippe Masson, nos escuchamos la semana que viene. Se les quiere, au revoir.

«De Javier Montes de Oca»